El Club

El mito que no se apaga

Miércoles 26 de Julio de 2017
En Medellín nadie se olvida de Oreste Corbatta. Figura adentro de la cancha, querido en los barrios de la ciudad, su memoria permanece presente a cinco décadas de su paso por el fútbol colombiano.
El mito que no se apaga
Como si hubiera sido ayer. Como si el tiempo se hubiera quedado petrificado. Uriel apoya el codo en la barra de un café de puertas abiertas, frunce el seño para que no se le escurran las marcas de la niñez y suelta una frase que describe a la perfección de quién estamos hablando: “Yo era niño pero no hay manera de que me olvide de él. Trajo el chanfle al fútbol colombiano. Antes de su llegada, nadie le pegaba así. Corbatta marcó un antes y un después”. Alrededor de cincuenta años transcurrieron desde el arribo a Medellín de Oreste Osmar, aquel mítico wing derecho que fue campeón con Racing en 1958 y en 1961. Sin embargo, los futboleros de esta ciudad no consiguen borrar de lo mejor de sus memorias el talento del Loco para moverse con la pelota en los pies. Y entonces cuesta poco y nada encontrar elogios grandilocuentes sobre un mito que, después de dar varias vueltas por la capital del Departamento de Antioquia, parece estar más vivo que nunca.

Según relata el periodista Alejandro Wall en “Corbatta: El Wing”, el libro que reconstruye la vida de uno de los grandes ídolos de la Academia, Corbatta se instaló en el barrio Calasanz, ubicado relativamente cerca del estadio Atanasio Girardot, ni bien Deportivo Independiente Medellín (DIM) lo contrató. El primer impacto adentro del campo de juego fue letal: los hinchas quedaron encantados con su gambeta y sellaron, más allá de algunos avatares posteriores, un vínculo de afecto irrompible. “Gritábamos los goles antes de que pateara los tiros libres. Por eso le decíamos ‘El rey del chanfle’. No tengo ninguna duda: fue de lo mejor de la historia del Medellín”, asegura Hernán, uno de los tantos parroquianos que aprovechan la puesta del sol para arrimarse a tomar un tintito –o sea, un café- con los amigos de siempre. 

A veces, una imagen vale más que mil palabras. Y acá la foto es propiedad de Gustavo, el dueño del Café Alaska, un mítico bar en el que, como reza un póster que está colgado desde hace décadas en el mismo sitio, no son bienvenidos quienes hablan mal del DIM –lo que no impide que un simpatizante de Atlético Nacional se siente con su casaca puesta en busca de una cerveza bien fría-. La postal está algo llena de mugre pero los rostros de los futbolistas se ven sin problemas. Para facilitar todavía más las cosas, Gustavo se toma el trabajo de pasarle una esponja al vidrio que protege la estampa de una delantera que por siempre vestirá de rojo. Corbatta está de pie, con el pelo engominado, algo más avejentado que cuando posaba en el Cilindro con la celeste y blanca. Chichí Molina, Mario Agudelo, Uriel Cadavid y Cuca Aceros son sus secuaces. Javier, un vendedor ambulante que no afloja en su tarea ni siquiera cuando recita los cinco nombres de corrido, explica qué tan importante fue la presencia del Loco en ese ataque: “Lo adoraban los compañeros y lo aplaudíamos los hinchas. Era medio cojo al caminar pero eso no le impidió ser uno de los mejores punteros que vinieron a estas tierras”.

La cotidianeidad de los jugadores en Colombia durante la segunda mitad de los sesenta era bastante diferente a lo que es hoy la realidad de las grandes estrellas del fútbol local. Leonardo y Alberto, dos amigos con el margen de agujas suficiente como para detener la caminata y ponerse a conversar en plena calle, señalan que era frecuente encontrarse con Corbatta en los cafés de los alrededores del estadio. “Saludaba y se mostraba muy amable. Jamás iba a poner mala cara. Ni siquiera si el partido había terminado en derrota. Lo suyo, por fuera de su inclinación por la botella, era la honradez”, afirman casi a coro. Y habrá nomás que creerles porque, a esta altura, resulta complicado dudar de la palabra de tantos que convergen en el modo de evocar al gran Loco. Quizás, síntesis entre las síntesis, lo mejor sea quedarse con el recuerdo que asoma de lo más profundo del corazón de un paisa repleto de nostalgia: “No importa cuánto tiempo pase: cualquiera que lo haya visto jugar no podrá olvidarlo”.
 

Notas relacionadas

¡Divino!

El Club