Vidas Racinguistas

“Racing oscila siempre entre la ficción y la realidad”

Jueves 25 de Mayo de 2017
Fenomenal actor, académico desde la cuna, Osvaldo Santoro recorrió el césped del Cilindro con la cara de asombro de aquel que está delante de una maravilla. Del teatro al fútbol y del fútbol a Diego Milito, un ida y vuelta a pura reflexión.
“Racing oscila siempre entre la ficción y la realidad”
No duda. Lo relata con el entrecejo fruncido mientras los mosquitos lo atacan sin piedad. Los ojos ajustan la mira y enfocan un sector de la tribuna lateral. Nada logra desviarle la atención. Ni el sol de una tarde de otoño que acompaña como un testigo silencioso ni el verde luminoso que se desprende desde el pasto húmedo y recién cortado. No hay manera de que piense en otra cosa. Y arranca: “Bandeja de abajo de la popular. Exactamente frente al mástil. Estoy yo parado ahí. No me acuerdo de la edad pero sí de que las imágenes son fuertes. Observo la cancha hacia el oeste, donde se oculta el sol, y veo a Rogelio Domínguez en el arco de mi izquierda. Es mi primer recuerdo acá. Y me emociona”.

Osvaldo Santoro actuó en decenas películas, en decenas de programas de televisión y en decenas de obras de teatro. Pero ahora está caminando por el césped del Cilindro y todo eso deja de importarle desde el momento en el que acaricia la red de uno de los arcos. Santoro ganó el premio Martín Fierro al mejor actor de reparto en 1995, el premio Carlos Carella en 2005 por su actuación en Cautiva y el premio Pablo Podestá por su inmensa trayectoria sobre los escenarios. Pero ahora está sentado en el asiento que habitualmente ocupa Diego Cocca y los galardones obtenidos a lo largo de sus 69 años pasan a un segundo plano. Lo único que cuenta en ese instante de gloria es estar donde está.

“Esto es un sentimiento muy puro que no se contamina”, explica ante el grabador de Vidas Racinguistas. Lo demás será escucharlo navegar entre análisis profundos y pasiones indelebles. Lo demás será atrapar el movimiento de esos ojos que no se cansan de capturar imágenes que certifican cuánto puede querer un tipo a la Academia.

-¿Cómo llegó Racing a tu vida?
-Por mi viejo. A mi abuelo, un inmigrante italiano, no le gustaba mucho el fútbol. Pero a mi viejo sí: era un fanático. Venía todos los domingos y nos traía a mi hermano y a mí. Veníamos con los sándwiches de milanesa que nos hacía mi vieja y veíamos a la Tercera, a la Reserva y a la Primera. Para nosotros, los domingos eran sinónimo de fiesta.

-¿O sea que es una pasión que mamaste desde chico?
-Sí, claro. Yo los vi jugar a Tucho Méndez y a Rogelio Domínguez. Los vi jugar también a Maschio, a Corbatta y a todos los que pasaron desde mediados de los cincuenta. Racing es un recuerdo permanente que se mantiene firme: uno no puede decir que era de Racing porque acá no hay vuelta de hoja: yo fui, soy y seré de la Academia. 

-Los actores se vuelven expertos en interpretar identidades que no les son propias. ¿Cómo conviven las obligaciones de tu profesión con esta otra identidad que, como vos decís, no cambia nunca?
-Se puede. Yo voy a trabajar ahora en una serie que se llama Cuéntame cómo pasó. Cuando me convocaron, me dijeron que el personaje era radical y de Independiente. Les respondí que yo era peronista pero que, según qué dijeran los textos, podía aceptar lo de ser radical. Pero les aclaré que de ninguna manera iba a componer un personaje que fuera de Independiente. Al final, lo cambiaron y acepté el trabajo. Y así fue durante toda mi carrera: en la medida que podía, por ejemplo en Costumbres Argentinas y en Campeones, metía un escudo o algo así para dejar en claro de qué cuadro era. 

-En tu caso, no sólo te dedicaste a actuar sino que también escribiste cuentos y guiones. ¿Cómo lograste tener un vínculo pleno con una multiplicidad de expresiones artísticas?
- Soy egresado del Conservatorio Nacional de Arte Dramático. Fui de los últimos becados a la Comedia Nacional Argentina en 1974. El conservatorio nos dio una amplia formación y me permitió entender que el teatro nuclea un poco a todas las artes. Así que, inevitablemente, aunque no quieras, a partir del teatro te acercás a otras alternativas artísticas. 

-Al igual que sucede con muchos jugadores, a muchos actores les ocurre eso de volverse famosos. ¿Cómo te llevás con el hecho de que te reconozcan por la calle?
-Es un fenómeno que se da en algunas profesiones que logran trascender el contexto inmediato. Es algo para lo que hay que estar preparado. Yo fui un poco el padre de varios actores de renombre –Leonardo Sbaraglia, Julieta Díaz, Luciano Castro- y, en la medida en que pude, traté de transmitirles la idea de que se formen para recibir lo que iban a recibir. Porque es muy fuerte pasar de un estado de anonimato a la fama.

-¿Hay manera de prepararse para eso?
-No es fácil pero sí. Yo soy secretario de SAGAI (Sociedad Argentina de Gestión de Actores e Intérpretes) y nosotros en el sindicato tenemos una fundación desde la que buscamos ayudar a los actores más grandes. No lo hacemos con ningún sentido peyorativo. Al contrario: nos concentramos en quienes fueron glorias para que les entre en la cabeza cómo sobrellevar el tránsito de ser gente conocida a ser nadie nuevamente. Pienso que hay que estar listos para cuando la fama se termine. En el caso del fútbol, creo que los clubes deberían preocuparse por esto.

-¿Te costó adaptarte a la fama?
-Diría que no. Hay una diferencia central entre mi situación y la de la mayoría de los jugadores: yo recién empecé a ser reconocido a los 40 años a partir de actuar en Mi cuñado, un programa con Luis Brandoni y Ricardo Darín. Y yo venía alertado de todo. A esa edad, los jugadores ya se retiraron. No es fácil y a mí me gustaría poder transmitir mi experiencia para que la gente más joven pueda aprender.

-Nadie duda de que el teatro es un arte. ¿El fútbol también es un arte?
-Ni hablar. Es un espectáculo artístico. Cualquiera puede observar que dentro de la cancha ocurre algo estético. Los colores, el campo de juego, el talento, las reglas y la viveza son, por ejemplo, elementos del teatro que están presentes en un partido. Además, al igual que en el teatro, en el fútbol hay acción y hay conflicto y hay un principio, un nudo y un fin de la historia. Y Racing, en especial, es un fenómeno que oscila entre la realidad y la ficción, como toda buena obra de teatro.

-Nadie duda de que el fútbol es un juego. ¿El teatro es también un juego?
-Por supuesto. El teatro es básicamente un juego. De hecho, en Inglaterra a los actores nos llaman players. Yo observo tres grandes puntos en común entre un actor y un jugador: el talento, la técnica y el engaño. Sin esas tres cosas, ni los actores seríamos actores ni los jugadores serían jugadores.

-¿Ves como otro punto en común la posibilidad de influir con la palabra a partir de lo central que es la industria de la comunicación en este tiempo de la historia?
-Es probable. Me parece importante formar socialmente a los jugadores y a los actores pero no es sencillo. Creo que es clave tener la capacidad de pensar en el otro, en los hinchas y en los espectadores que juntaron el mango para pagar la entrada. Los dos van a buscar algo y esperan llevarse algo de ese rato que entregan.

-Tuviste la posibilidad de participar de Teatro x la identidad, el ciclo teatral que apoya el trabajo de Abuelas de Plaza de Mayo para encontrar a las personas que fueron apropiadas por la última dictadura cívico-militar y que todavía no conocen su identidad. ¿Por qué lo hiciste?
-Nosotros vivimos como sociedad una época nefasta que es imposible no recordar. Esa memoria colectiva existe y necesita reparación. Cuando me convocaron a participar, me sumé desde ese lugar. Y resultó una gran experiencia: 12 actores conocidos hicimos 12 monólogos buenísimos. Yo estoy convencido de que lo que hubo en Argentina fue un terrorismo de Estado. Y eso es una locura que debe ser pagada por los responsables: si hay condenas por delitos de lesa humanidad, no puede volverse atrás. 

-Hay una tradición en los hinchas de Racing muy atada al sufrimiento. ¿Cuál fue el momento cumbre de esa obra?
-La quiebra del club. Sin dudas. Me acuerdo de que iba manejando por la autopista. Juro por mis hijos que se me empezó a nublar la vista y que no podía seguir. No me detuve pero me tiré a un costado y manejé muy despacio. No podía parar de llorar. Me acordaba de mi viejo, de mi hermano y de mis amigos y se venía el mundo abajo.

-Hoy por suerte estamos lejos de esa situación. ¿Qué representa Diego Milito en ese camino profundo hacia la alegría?
-Milito está en la categoría de los grandes siendo todavía muy joven. Es un jugador que trasciende todo. Yo lo llamaría aglutinador de felicidad. Y su historia es la obra de teatro perfecta. Sobre todo, por el momento en el que dijo adiós. Entre todas las virtudes de Milito, la principal es que trajo la alegría con él y la instaló en el club.

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