El Club

Para toda la vida

Martes 15 de Enero de 2019
Luciano vio por primera vez a Racing en la cancha. Luis aprovechó la visita de la Academia a Mar del Plata para alentar al equipo. La camiseta, un amor sin fecha de vencimiento.
Para toda la vida
Luis entró ni bien abrieron las puertas. Lo acompañaba su hija. Se sentó en la parte alta de la cabecera norte. Colocó las manos contra las mejillas y miró. Una y otra vez, miró todo lo que sus ojos lo dejaron mirar. Piluso celeste y blanco sobre la cabeza, choripán en la mano, 76 años en la espalda. “Me hice de Racing a los cuatro y fui mucho a la cancha hasta que me vine a vivir a Mar del Plata. Ahora espero que llegue el verano para poder ver al equipo”, apuntó un buen rato antes de que Iván Pillud, capitán en esta ocasión, pisara el césped. Declaró además que pagó $100 el sándwich que se le colaba entre los dientes y que necesitó de la ayuda de su familia para poder sacar la entrada. Como la jubilación aumenta menos que los remedios, no sabe si podrá estar en los próximos compromisos en el José María Minella.

Luciano caminaba y saltaba entre los escalones de la tribuna bajo la atenta mirada de su mamá cuando todavía faltaba bastante para que la pelota comenzara a rodar. Su manera de contener tanto asombro. De la Academia por herencia paterna, la cita ante Gimnasia significó su bautismo en los estadios. Cinco años –casi seis, aclara para que el cronista sea preciso en el relato- en los que el fútbol supo cautivarlo. “Los arcos. Son muy grandes”, contestó ni bien le preguntaron qué era lo que más lo sorprendía del escenario novedoso. Casi no resultó necesario invitarlo a que lo intentara: gritó gol en forma de ensayo y con todas las ganas como para dejar en claro que su inexperiencia en la popular no le impedía conocer a la perfección la entonación de las tres letras sagradas.

Luis y Luciano vieron la primera presentación del conjunto de Eduardo Coudet en 2019 a pocos metros de distancia. Los sacudió un inicio complejo en el que el Lobo convirtió por duplicado para desnudar la entendible falta de ritmo del líder de la Superliga. En el entretiempo, Luis se mordió los labios y Luciano se recostó en los brazos de quien lo convenció de que querer a esta camiseta vale la pena. El descuento de Jonatan Cristaldo los envalentonó y, aun sin saber ninguno de la existencia del otro, se unieron en un entusiasmo generalizado que se difuminó en la agradable noche marplatense. Los ingresos de Matías Zaracho y de Marcelo Díaz les despertaron algún aplauso. A diferencia de Luis, que prefería que el técnico les diera rodaje a los pibes, Luciano estaba especialmente ansioso por observar a Ricardo Centurión. Coudet le concedió el gusto cuando promediaba la segunda etapa.

Sería mentira afirmar que les dio lo mismo la derrota. Les dolió porque ambos habían aguardado con ganas la visita de la Academia a la ciudad balnearia y porque en el repertorio de ese deseo estaba incluida la posibilidad del triunfo. Sin embargo, mucho más fuerte que el malestar por el tropezón y mucho más potente que la sensación de que el equipo debe mejorar fue la certeza con la que caminaron por la Avenida Juan B. Justo cuando la madrugaba empezaba a ganar terreno. Luis la percibió con su cuerpo algo cansado y Luciano la sintió con el impulso inagotable de sus piernas: ni hay ni habrá distancia capaz de detener a los amores que, como Racing, se abrazan para toda la vida.