El Club

Pety, el aire y el fútbol

Miércoles 15 de Enero de 2020
Rodolfo Domínguez falleció el 14 de enero a causa de un infarto. Jugador, entrenador y pieza clave del Predio Tita Mattiussi, se ganó el cariño de todo el club. Acá, un pequeño homenaje.
Pety, el aire y el fútbol
Pety Domínguez no precisaba el aire para respirar: para eso estaba el fútbol. 

A paso algo cansino, porque en los últimos años la cadera lo tenía a maltraer, avanzaba hacia cualquiera de las canchas del Tita Mattiussi con la certeza de que parte de lo mejor de la vida se hospeda en un pase, en un quite o en una gambeta. Le alcanzaba con sentir ese olor extraño que emanan el cuero y el pasto cuando se juntan para soltar una mueca sincera y sencilla. Podía pasarse horas con la mano enganchada al alambrado y los ojos clavados en los movimientos de un defensor de 13 años. Lejos de cualquier jactancia, una vez que el partido se escurría, se le acercaba sin llamar mucho la atención, le ponía la mano en el hombro y le explicaba qué tenía que corregir para poder jugar en Primera. Ese era Pety. 

Nació el 1 de septiembre de 1951 en Avellaneda e hizo las inferiores en el club que, con el tiempo, se volvió su casa. Se formó viendo a Roberto Perfumo y disfrutando del Equipo de José. Debutó y se consolidó en la zaga en épocas en las que Racing empezaba a perder lentamente el rumbo deportivo. Fue a Ferro y regresó en 1977. También estuvo en San Martín de Tucumán. Más de 100 partidos avalan su extensa trayectoria como futbolista profesional. Sin embargo, no le gustaba hablar de eso. Prefería discutir sobre una presunta posición adelantada mal sancionada o sobre la evolución de aquel lateral izquierdo al que le tenía mucha fe. Sólo cuando lo provocaban demasiado tiraba, casi como al pasar, más a modo de broma que con ánimos de levantar su perfil, que él había goleado a River en momentos en los que ganar esos clásicos resultaba una hazaña. 

Destino lógico para alguien que respiraba fútbol: ser entrenador. Y destino lógico para alguien de Racing: hacerlo en Racing. Pety comenzó en 1989 cuando el Tita Mattiussi no era ni siquiera un proyecto. Volvió en 1995 y hasta llegó a dirigir dos encuentros del primer equipo como técnico interino –ante Ferro y frente a Lanús, por el Apertura de esa temporada-. Entre 1999 y 2000, reincidió porque el amor por esta camiseta le tiraba más que cualquier otra cosa. En 2009, cuando la Academia regresó a manos de sus socios, puso de nuevo los dos pies en el plato para no irse nunca más. Era cuestión de andar entre cancha y cancha para enterarse de que fue él quien llamó todas las veces que hizo falta a la mamá de Yonatan Cabral para convencerla de que su hijo no dejara el fútbol. Cuando Cabral salió campeón en 2014, Pety festejó a su modo: sonrió desde una platea sin invadir el vestuario en busca de una foto. 

¿Qué es dejar huella? 
¿Quién dice que vale más un título que el gracias de un pibe por un consejo? 
¿Quién puede asegurar que el éxito emana de la fama y no del reconocimiento de quienes te vieron sembrar futuro incansablemente? 

Pety, que llevaba incrustada en cada poro la pasión por ver correr a la pelota, eligió vivir más preocupado por compartir un mate que por acumular elogios. Y así, alto, canoso y buen tipo, se hizo querer a lo largo y a lo ancho de Racing, es decir, a lo largo y a lo ancho de su casa. Por eso generó tanta rabia y tanta tristeza la noticia de su muerte a manos de un cobarde infarto. Por eso, desde el 14 de enero, el predio, ese al que tanto ayudó a ponerse de pie, está un poco más solo. 

Eso sí. Queda la memoria y queda el orgullo. Y una posible sugerencia para cuando las nuevas generaciones pregunten de qué se trata querer a la Academia: averigüen quién fue Pety Domínguez.