Efemérides

Bravo, la carta de gol blanca y celeste

Martes 24 de Agosto de 2021
Llegado al club en 1946 se transformó en una referencia ofensiva ineludible dentro del legendario equipo tricampeón entre 1949 y 1951. Peligroso por naturaleza adentro del área y certero a la hora de la definición, este rosarino se transformó en uno de los máximos artilleros de la historia racinguista. Hoy desde la institución se lo recuerda una vez más con orgullo hacia su figura y admiración por lo que le brindó a nuestra historia.
Bravo, la carta de gol blanca y celeste
A éstas alturas ya es toda una obviedad el mencionarlo, pero no por eso hay que dejar de hacerlo. Racing Club cuenta en su haber con 118 años de vida de una riquísima historia y un pasado repleto de gloria. Y como eso ya es sabido, es también irrefutable el hecho de que luego de tantas jornadas a lo largo del tiempo fueron construidas por una larga lista de galería de símbolos que forjaron la identidad del club, desataron el amor de multitudes y le entregaron a nuestra institución la grandeza de la que todavía hoy disfruta. Nuestra historia no empezó ayer y merece ser contada, ya que es fundamental conocerla para saber quienes somos y hacia dónde vamos. Por eso, como homenaje respetuoso y como saludo eterno, se recuerda a éstos grandes en las fechas que ya les pertenecen. A los ídolos académicos, simplemente gracias. Ayer, hoy y siempre.

Con el arco entre ceja y ceja. Siempre. Desde que era un pibito que pateaba en los potreros de Rosario. Porque los goleadores son así y Rubén Bravo era eso: un goleador. Se destacó desde chiquito en cualquier cancha donde lo pusieran. La rompió en Rosario Central durante cinco temporadas como sucesor de Gabino Sosa. Y Racing puso los ojos en él y se lo trajo en 1946 junto a Héctor Ricardo y a Roberto Yebra. Pocos podían imaginar en ese momento el rédito futbolístico que traería el combo de tres jugadores que costaron alrededor de $220.000 de esa época. Era cuestión de tiempo.

Bravo, nacido el 16 de noviembre de 1923 cerca del Río Paraná, acumuló méritos en su club de origen y arribó a Avellaneda con la idea de lograr que la Academia consiguiera el título local que se le venía negando desde 1925. No tardó mucho en volverse una referencia en el ataque porque, en sociedad con Norberto Méndez y con Llamil Simes, se sintió cómodo enseguida ante los arcos contrarios. Racing lo disfrutó en el campo y lo utilizó para alcanzar la gloria, de forma consecutiva, en 1949, en 1950 y en 1951. Ese equipo, el primero en ser tricampeón en el profesionalismo, fue una verdadera maravilla que se ganó merecidamente un lugar en las páginas más importantes del fútbol argentino.

Con la casaca celeste y blanca, disputó en total 149 partidos y convirtió 88 goles. Su debut ocurrió el 21 de abril de 1946 en un triunfo por 1 a 0 ante Lanús y su primer tanto lo marcó el 5 de mayo de ese mismo año en una victoria por 3 a 2 frente a Huracán. En el período en el que estuvo en la Academia, formó parte en reiteradas ocasiones del conjunto nacional por su gran rendimiento cerca del área adversaria. Se fue del club justo después de su última consagración. De hecho, su último encuentro fue el desempate ante Banfield, el 5 de diciembre de 1951, en el que Racing se impuso por 1 a 0 con un zapatazo bárbaro de Mario Boyé. Luego de su retiro, fue entrenador de la Primera División en 1962. 

Nueve de aquellos, falleció a los 52 años, el 24 de agosto de 1976, mientras dirigía a Talleres en una gira por Centroamérica. Su recuerdo se sostiene de pie, con forma de gol, en la memoria de todos los que saben apreciar a los tipos formidables. Es por eso que Racing Club lo tiene presente de nuevo en este día, al igual que lo fue ayer y lo será mañana.