Fútbol Masculino

Racing, un campeón con historia

Lunes 15 de Diciembre de 2014
Racing, un campeón con historia
Con los ojos nublados por una lágrima al borde de escapar, el hincha mira cómo su amigo abraza a su hijo y cómo ese hijo abraza a un amigo. Con el corazón galopando a mil revoluciones por segundo, con la pasión brotándole como una catarata por los poros, el hincha piensa el presente feliz pero sin dejar de recordar el pasado. Ahora, ahora que las manos acarician el cielo, ahora que el sueño deja de ser sueño para volverse realidad, el hincha observa la fiesta que se desata en el Cilindro y la fiesta que se desata en el centro porteño y la fiesta que se desata en cada esquina de cada barrio del país y toma consciencia de que su Racing acaba de dar un paso más en el camino de la grandeza. Por eso, después de 13 años de espera, luego de varias desazones acumuladas, el hincha, que advierte que por fin las buenas están delante de los ojos, se da permiso para emocionarse con esa palabra que conmueve por todos lados: campeón.

El abuelo del hincha le contó a ese hincha alguna vez, en esas primeras excursiones a la cancha juntos, que en los primeros meses de 1903 se reunieron algunos amigos cerca del Riachuelo para construir la vida a través de un club. A esa construcción la llamaron Racing. El proyecto de esos amigos, según narró el abuelo del hincha, demoró solamente una década en alcanzar la cima del fútbol argentino: desde 1913 hasta 1919, la conquista de títulos fue una sana costumbre que permitió conseguir el primer y único heptacampeonato obtenido por alguna institución en estas tierras. Pero, además, esa época dejó como saldo un apodo que, con el paso de los años, quedaría como símbolo: la Academia. En 1921 y en 1925, también hubo celebraciones en Avellaneda y el abuelo del hincha fue parte de los cantos que poblaron la Avenida Mitre.

Cuando el hincha empezó a hacerse habitué de la tribuna, Racing recuperó su mejor brillo y, de forma consecutiva, se coronó en 1949, en 1950 y en 1951.Norberto Méndez, Rubén Bravo y Llamil Simes fueron las figuras a las que el hincha se cansó de aplaudir los domingos por la tarde. Ya más de grande, en 1958 y en 1961, el hincha disfrutó de ese genio al que se lo conocía como “El Loco”. Sí, Oreste Omar Corbatta, ese wing derecho que gambeteó a medio mundo con la camiseta celeste y blanca, fue una de las claves para sumar dos laureles más a las vitrinas. Antes de la llegada de Juan José Pizzuti al banco de suplentes en 1965, el hincha conoció al otro gran amor de su vida en un pasillo de la sede de Villa del Parque. La vida social académica también traía alegrías.  

Con un niño debajo del brazo, el hincha recibió el 20 de noviembre de 1966 el título local, el 29 de agosto de 1967 la Copa Libertadores y el 4 de noviembre de 1967, gracias a un fenomenal zapatazo de Juan Carlos Cárdenas, la Copa Intercontinental ante el Celtic. No la suerte de su familia pero sí la fortuna deportiva se modificó de ahí en más. Ni el hincha ni los amigos del hincha lo sabían en ese instante pero en el futuro todo le costaría mucho a Racing. El descenso de 1983 marcó un punto de inflexión y obligó a buscar la ruta del regreso hasta el el 27 de diciembre de 1985, no alcanzaría a trastocar. Y sobrevendría una gran alegría con la obtención de la primera edición de la Supercopa a mediados de 1988. El gol de Omar Catalán en el Estadio Mineirao, frente al Cruzeiro,

Hubo un destello luminoso en medio de una década con más ilusiones que certezas. En 1997, el hincha viajó a Lima para alentar a los suyos en la semifinal de la Libertadores. No era sencillo imaginar aquella noche, en el estadio del Sporting Cristal, que lo peor estaría por venir: en 1998, se decretó la quiebra del club y al hincha, al igual que a otros miles de hinchas, se le vino el mundo abajo por la tristeza. Pese a eso, el hincha no se permitió abandonar y asistió al Cilindro el 7 de marzo de 1999 aunque no se jugara ningún partido. También puso su granito de arena para desmalezar la primera cancha del Predio Tita Mattiussi. En el final del siglo XX, el gerenciamiento de la institución lo agarró en un trance bárbaro. Pero el 2001 le daría revancha.

Con la esperanza de que el maleficio se terminara de una buena vez, el hincha acompañó al equipo de Reinaldo Merlo a todos lados y formó parte de la multitud que colmó dos canchas al mismo tiempo el 27 de diciembre de ese año. Una campaña consistente, el zurdazo de Gerardo Bedoya ante River y el cabezazo de Gabriel Loeschbor frente a Vélez le devolvieron el alma al cuerpo después de tantos golpes recibidos. Dio la vuelta olímpica junto a sus amigos de siempre, una vez y otra vez y otra vez más. No era para menos: el Torneo Apertura, en medio de un país convulsionado por la crisis, era de la Academia. Mostaza, héroe en esa gesta, se hizo acreedor de canciones, de elogios e, incluso, de estatuas.

La salida de Blanquiceleste del club se dio en 2008, casi al mismo tiempo que el conjunto de Juan Manuel Llop esquivaba el descenso. El hincha respiró aliviado con el gol de Facundo Sava a Huracán que evitó el dolor directo y transpiró la angustiante Promoción contra Belgrano hasta que el destino le aseguró que el final era feliz. Le costaba a Racing recuperar el protagonismo futbolístico y la Copa Argentina 2012 asomó como la chance indicada. El hincha armó una valija pequeña y viajó a San Juan con los suyos para no perderse el duelo ante Boca. El descuento de Valentín Viola no fue suficiente y la oportunidad se diluyó.

La vida le había enseñado al hincha que había que tener paciencia. Y la tuvo. Diego Milito regresó en el último junio de Europa y eligió volver al lugar que lo vio nacer. Y el hincha pensó que esta vez podía ser. Se sintió tranquilo cuando el capitán selló el triunfo en el debut en Florencio Varela y percibió la posibilidad cuando Luciano Lollo anotó para ganarle a San Lorenzo. Ni siquiera la derrota en el clásico de la ciudad le quitó la esperanza. La contundencia de Gustavo Bou en la Bombonera, en una mítica media hora en la que lo que venía como derrota se volvió victoria, lo hizo revivir y, a partir de ahí, se convenció de que se podía. Las goleadas en Córdoba y en La Plata parecieron darle la razón y el derechazo de Gabriel Hauche contra Gimnasia le ratificó la idea: no era ninguna locura ponerse a soñar.

El hincha intuía lo probable. Veía actitud y notaba compromiso en el ambiente. Lo que nunca se imaginó era que un tremendo tiro libre de Bou le haría confiar en lo imposible. Llegó el clásico frente a River y, en un marco de pasión absoluta, el hincha empujó con todas sus fuerzas para que el rebote en la pierna derecha de Ramiro Funes Mori fuera a parar a la red. Hubo victoria y hubo nuevo puntero del campeonato. Sufrió el encuentro en Rosario pero entendió que Racing contaba con un símbolo capaz de hacer dos goles brillantes en el instante exacto. Y, por último, transitó entre nervios el duelo decisivo, con un Cilindro repleto, con la emoción de sentirse parte del triunfo ante Godoy Cruz. 

Campeón. Sí, campeón. El hincha pronuncia las dos sílabas del grito sagrado, vuelve a mirar cómo su amigo abraza a su hijo y cómo ese hijo abraza a un amigo y termina de confirmar que es verdad lo que está pasando: la Academia, su Academia, es otra vez, por decimoséptima vez en su historia, el mejor equipo del fútbol argentino. Y con Racing en la cúspide de la felicidad, y con Racing en la cima de la alegría, el hincha deja que el corazón le estalle en mil pedazos y hace eso que hace tanto quería hacer: abrazarse con su gente para gritar “dale campeón”.

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