El ruido golpea. El tránsito golpea. Pero más, mucho más, golpea el hambre. Y más, mucho más que el hambre a secas, golpea el hambre en el principal centro financiero de Latinoamérica. San Pablo avasalla a cada paso porque avasallan sus números y porque avasalla la cantidad de gente que va y viene por el cruce de las avenidas Ipiranga y São João. La hay de todos los colores y la hay de todos los clubes. En esa dinámica de puro vértigo, en la que a miles no les queda más remedio que revolver tachos de basura para intentar sobrevivir, pocos reflexionan sobre dónde se parará Racing en el Arena Corinthians para ir en busca de un histórico triunfo ante el Timão‎. 

En la bellísima Praça da República se sintetiza de alguna manera la pulsión de una metrópoli que cuenta con más de 21 millones de habitantes y que reúne en sus barrios más exclusivos a los sectores que definen el horizonte económico del país. Aunque sea haga de noche, quienes salen de la universidad no se asustan y se hacen el tiempo para caminar en grupos a la caza de alguna cerveza que alivie el caluroso invierno. Aunque la calma parezca inalterable, una garita amenazante reúne efectivos de las fuerzas de seguridad para evitar posibles hurtos en las puertas del subte. Y, aunque los segundos para respirar sin apuro escaseen, los cuerpos no encuentran cómo detenerse a contemplar el paisaje porque el ritmo de la productividad los empuja a correr hacia la próxima actividad “útil”.

Las camisetas de fútbol siempre construyen recovecos en San Pablo para filtrarse entre tanto ser humano trajeado. Preferentemente, lo hacen en los bares que se alistan, uno al lado del otro, como si la sed colectiva asegurara el éxito de un millón de locales. Entre bebidas alcohólicas y jugos naturales, se habla de la pelota y se mira de fondo el partido de turno y se elogia a Neymar y se teme a Lisandro López, a quien muchos ubican por su paso en Internacional de Porto Alegre. El Arena Corinthians queda lejos del corazón urbano –algo más de 22 kilómetros- pero, en épocas de redes sociales, la cuestión de las distancias abre discusiones. 

La entrada al Mercado Municipal cautiva los ojos: las frutas y las verduras, los pescados y los quesos, las carnes y las legumbres asumen el protagonismo sin problema y, con una amable dosis de vocación turística, los mozos se arriman para tentar a los transeúntes. Ahí nomás de ese edificio emblemático, un cuidador de autos con la camiseta del Corinthians confiesa que no es un experto en la actualidad académica pero que el de esta noche será un partido complicado. Praça da Sé aparece luego de una subida empinada que custodian con atención los miles de vendedores ambulantes que ofrecen lo que uno quiera comprar. La Catedral Metropolitana, por detrás de esa marea, no se detiene en sutilezas y concentra la atención desde su imponente tamaño. Y enfrente, en el palacio donde funciona Caixa Cultural, el artista carioca Lucas Lugarinho Braga invita a pensar desde otra óptica la realidad con un dibujo que interpela la lógica de la inseguridad.

Camino al Museu do Futebol, en el mítico Estádio do Pacaembu, o en dirección al precioso Parque do Ibirapuera, la secuencia se repite como si no hubiera manera de esquivarla: el ruido del tránsito juega en corto con la música que ataca en cada esquina y ese combo establece enormes diferencias con la San Pablo fundada en 1554 en ese rincón conocido como Pateo do Collegio. Sin embargo, más allá de que los celulares y el 4g pretendan sostener lo contrario, en estos 463 años hubo cosas que permanecieron en su lugar: los que duermen cada noche en las calles del centro paulista lo hacen sobre los pequeños e indescifrables adoquines tallados a mano siglos atrás por los esclavos.