Fútbol Masculino

Vida de campeones

Domingo 31 de Marzo de 2019
Ella y él. El pálpito a través del torneo. La alegría en su máxima expresión. La identidad como sentido de la vida. 
Vida de campeones
Ella empezó a sentirse campeona aquella noche de lunes en la que, después de que Atlético Tucumán empatara a poco del final, Eduardo Coudet aseguró que el equipo no iba a resignar una manera de sentir y de pensar el fútbol.

Él empezó a sentirse campeón aquella mañana de domingo ante Rosario Central en la que, luego del tremendo golpe que significó quedarse afuera de la Libertadores, Lisandro López señaló el camino con un cabezazo en el segundo palo.

Ella percibió el cosquilleo que anuncia la gloria cuando se fundió en un abrazo con su papá tras certificar que Augusto Solari le daba a la Academia la victoria ante Unión. Se miraron fijo, durante unos pocos segundos, y ratificaron que esa pertenencia los iba a acompañar hasta el final de sus días.

Él percibió el cosquilleo que anuncia la gloria cuando Pol Fernández, en un clásico frente a San Lorenzo que no acababa de resolverse, sacudió desde afuera del área para que, al compás de la pelota, se sacudiera también el corazón de su hijita, sentada por primera vez en una de las plateas del Cilindro.

Ella tomó conciencia de que estaban delante de algo grande cuando, a mediados de noviembre, se quedó disfónica con los tres goles que sellaron el triunfo contra Gimnasia en El Bosque. Se acordó del tanto de Gabriel Hauche en 2014 y llegó a la conclusión de que las gestas históricas precisan siempre de una excursión exitosa a La Plata.

Él tomó conciencia de que estaban delante de algo grande cuando, ya en pleno enero, se sumó a una caravana interminable que copó Mar del Plata para sostener de pie la ilusión celeste y blanca. Cuando Darío Cvitanich marcó el tercero, creyó que hasta el mar festejaba una victoria fundamental para seguir arriba.

Ella se aferró con más fuerza todavía a la esperanza cuando la derrota en el Monumental pareció llenar el horizonte de dudas. Convencida de que el equipo era capaz de todo, como si fuera Mostaza Merlo en el 2001, soltó delante de quien quisiera escucharla: “Ahora me enojé. Vamos a salir campeones”.

Él se aferró con más fuerza todavía a la esperanza cuando Racing, en la mira de muchos, se vistió de oficio, jerarquía y valentía para ganarle a Independiente en su estadio y echar por la borda todos los fantasmas. Además, se prometió contarles a sus nietos con lujo de detalles la corrida de Matías Zaracho que liquidó el clásico. 

Ella terminó de sentirse campeona el domingo 31 de marzo, la oreja pegada a la radio, los latidos en Victoria, la herencia familiar como referencia, la paleta cromática celeste y blanca, el recuerdo de las tardes maravillosas, la memoria de los trances tristes, esa maravilla de compartir una patria con otras y con otros.

Él termino de sentirse campeón segundos antes que Néstor Pitana decretara el final. La vista se le nubló delante del televisor, los pies lo empujaron hacia el Obelisco y la boca lo invitó a repetir, una y otra vez, la palabra mágica atragantada desde hacía 1568 días. Observó de reojo a su hija, ya una experta en los rincones del Cilindro, y concluyó que, hasta en los tiempos bravos, Racing funciona como una enorme excusa para ser feliz con la gente que uno quiere.

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