Vidas Racinguistas

“No puedo no escribir de Racing”

Miércoles 26 de Abril de 2017
Luciano Aued y Hernán Casciari. Dos nombres para un mano a mano increíble adentro del Cilindro. Fútbol y literatura, literatura y fútbol. Y, por supuesto, la Academia. ¿Te lo vas a perder?
 “No puedo no escribir de Racing”
Cualquiera podría creer que todo comenzó cuando los dos se sentaron en el banco de suplentes que habitualmente ocupa el técnico local. Pero no: Luciano Aued venía trabajando desde hacía bastante para entrevistar a Hernán Casciari.

Avanzaron por el túnel, rumbo al Cilindro, tanteándose. Casciari vino con su mujer y su mujer apareció con una panza enorme cargando a la heredera. Saltaron juntos al césped asumiendo que había una mínima posibilidad de parir adentro de alguna de las áreas. Aued jugó de local, lo recibió sin terminar de confesarse un lector empedernido de sus cuentos y le regaló una camiseta con la 10 en la espalda. Casi no demoraron en mirarse a los ojos para ponerse a charlar. Porque de entrada quedó claro que la idea era esa: charlar de Racing, charlar de fútbol, charlar de literatura, charlar de la vida. Y el mate, como el mejor mediocampista central de todos los tiempos, se ocupó de distribuir la pelota y la palabra. El resto fue sentarse a escuchar. El resto fue disfrutar de una nueva edición de Vidas Racinguistas.
 

-¿Qué representa Racing en la vida de los Casciari?
-Mi abuelo me contaba la historia de cómo su papá se había hecho de Racing. Según la leyenda, había llegado de Italia y necesitaba cortarse el pelo para salir a buscar trabajo. Y le dijeron que había un peluquero en La Boca que cortaba el pelo con la condición de que sus clientes se hicieran de Racing. Y Pascual, que tenía sólo 14 años, se hizo de Racing por obligación. Con los años, le entregó esa religión a mi abuelo y mi abuelo se la entregó a mi papá y mi papá me la entregó a mí. Y algo más: mi mujer obviamente es de Racing y Racing fue muy importante en nuestra relación. Y todo por un peluquero de La Boca. Estoy convencido de que la vida es muy azarosa y de que el azar nos cambia la vida. Siempre me pregunto cómo puede ser que un peluquero de La Boca haya influido tanto en lo que soy hoy. Y la respuesta que encuentro es que la pasión futbolística nos rige los caminos sin que tengamos mucha idea.

-En una sociedad que invita poco y nada a las identidades colectivas, el fútbol sigue siendo un lugar en el que uno es junto a los otros. ¿Lo ves como un fenómeno contracultural?
-A veces es muy difícil explicar lo que ocurre en una cancha. En España no me pasó de ver abrazados al rico y al pobre, al de derecha y al de izquierda. Creo que acá ocurre por rasgos que tenemos y que exceden a lo deportivo. No sé si nuestra manera de ver el fútbol nos condujo a ser socialmente lo que somos o si nuestra forma de ser como sociedad influyó en la manera en la que nos vinculamos con el fútbol. De lo que sí estoy seguro es que hay algo de eso que nos parece bien y que nos hace sentir orgullosos. Pienso que es muy fuerte que en una tribuna se mire a los ojos gente que en cualquier otro lado ni se registraría.

-Viviste varios años en Barcelona. ¿Te costó ser hincha a la distancia?
-Seguía al equipo de cerca pero con bronca. Hablaba mucho con mi viejo porque Racing fue siempre nuestro principal tema de conversación. Después de cada partido, ya de madrugada en Barcelona, charlábamos por Skype y a mí me molestaba tener que vivir la pasión en un tiempo no real. En ese momento, había que hacer malabares con internet para enganchar los partidos y eso dificultaba la cotidianeidad de la vida. Recuerdo que en 2008 se empezó a jugar un fútbol bestial en España por la llegada de Guardiola y acá se jugaba un fútbol de bajo nivel. Y yo llegaba del Camp Nou de ver a Messi y me sentaba a ver a Racing a cualquier hora. Y eso me daba bastante rabia.



-Yo empecé a jugar al fútbol porque me tiraban la pelota una y otra vez. ¿Cómo arrancaste vos con la literatura?
-Siempre me gustó leer. Yo tenía una tía que debió mudarse a una casa más pequeña y que me regaló toda su biblioteca de juventud. Eso resultó clave porque mis viejos no me incitaban tanto a la lectura. Mi abuelo materno agarró la bolsa repleta de libros, los separó según cuáles eran acordes para mi edad y cuáles no y le dijo a mi mamá que escondiera la bolsa con los libros para “grandes”. Yo me quedé muy atento para ver dónde metían la bolsa prohibida y me di cuenta de que la guardaban en el lavadero. Ni bien me quedé solo, por curiosidad, empecé a leerlos. Y descubrí que estaban buenísimos. Así, gracias a este abuelo, me sumergí en autores como Arthur Conan Doyle, Edgar Allan Poe y Gilbert Chesterton.

-Mientras pensaba en qué preguntarte, volví a escuchar el cuento “Canelones” y otra vez dudé sobre qué tan cierto es lo que relatás. ¿De dónde salen las historias?
-En general, son cosas que me ocurrieron pero es difícil explicar que me ocurrieron. Lo que cuento en “Canelones”, por ejemplo, es cierto. Y me da vergüenza que así sea porque fue la primera gran maldad de mi vida. Lo que hago con algunas anécdotas es editarlas: hay cosas que suceden durante un año y, como no tiene gracia que pasen durante tanto tiempo, las acorto. Pero todo sucedió. Por lo general, quedo muy mal parado cuando relato cosas de mi pasado. Nunca aspiro a quedar como un héroe.

-¿Hay un método para que reaparezcan en el presente esas historias del pasado?
-La clave está en las sobremesas de los asados. Cuando tenés una vida más o menos normal, siempre hay material para contar cosas. Y después es cuestión de ajustar pequeños detalles. Los finales, por ejemplo, siempre hay que exagerarlos porque no pueden tener el mismo ritmo que la vida normal. Y en eso consiste un poco el oficio de escribir.

-¿Por qué, habiendo tantos temas sobre los que escribir, Racing aparece tan seguido en tus textos?
-No puedo no escribir de Racing. Me asombra lo que me pasa con Racing cuando consigo objetivar tanta pasión. Es una cuestión antropológica. Además, el fútbol es en este país una especie de plasticola que junta sentimientos y, por lo tanto, se vuelve una manera facilísima de que todo el mundo entienda lo que quiero contar. Y también porque está ligado a lo que sentimos: ¿quién no se acuerda, por ejemplo, de lo que vivimos el 27 de diciembre de 2001?

-En varios de tus cuentos, Racing aparece vinculado al sufrimiento. ¿Pensás que algo de ese histórico sentimiento está empezando a cambiar?
-Da la sensación de que está pasando algo distinto. Creo que hay muchísimos chicos que vienen ahora a la cancha que, cuando sean grandes, no van a decir lo mismo que digo yo. Pero mi generación, que soportó los 35 años sin salir campeón, se crió con esa poética del sufrimiento. Y ahí nació eso que todavía muchos sentimos y que se transmite inexorablemente a los que vienen detrás.



-¿Cuál es tu primer recuerdo vinculado a Racing?
-Un partido contra Rosario Central en el que se cortó la luz. Estábamos en la platea alta y mi viejo me agarró y enseguida me sentí seguro. Los hinchas de Central prendían antorchas y yo no entendía bien qué estaba pasando. Pero mi viejo me dio la mano y yo sentí que estaba todo bien. Y hablar de esto no es hablar de fútbol.

-¿O sea que, pese a que muchas veces se sostiene que no hay palabras para explicar tanta pasión, sí se puede escribir sobre lo que nos pasa con el fútbol?
-Claro que sí. Porque el fútbol es la mejor metáfora que hay. A los que siempre pateamos una pelota nos recuerda quiénes somos. Y los que, como vos, lo hacen excelentemente bien son de alguna manera nuestros hermanos.

-Los futbolistas nos entrenamos todos los días y eso es de público conocimiento. ¿Los escritores también se entrenan?
-Por supuesto. No creo que exista algún escritor que haya llegado lejos sin leer muchísimo. Más allá de que la lectura está asociada a algo placentero, para nosotros es parte del trabajo. Leer es para un escritor lo mismo que patear al arco para un jugador. ¿Por qué, por ejemplo, a García Márquez le sale ser simple, que es lo más difícil de conseguir en la escritura? Seguro que laburó muchísimo para llegar a eso. Debe haber corregido muchas veces muchos textos. Todo eso es entrenamiento y es irremplazable. La única diferencia es que, en el caso de ustedes, son millones los que miran los frutos de tanto entrenamiento. Hay otros oficios, como el del vidriero, en el que casi nadie percibe el esfuerzo que hay detrás del producto.

-¿Cómo hacés para escribir un cuento?
-Hay dos clases de historias: las humorísticas y las dramáticas. Y cada una tiene su modelo de escritura. Cuando una historia es dramática, está emparentada con un recuerdo al que dejo macerar. Lo trabajo durante años en mi cabeza sabiendo que en algún momento lo voy a escribir. Lo relaciono con pedir perdón o con sacarme de encima una memoria chota o con transmitir algo que sentí. Para escribir “Canelones”, por ejemplo, tardé 14 años. Diferente es lo que sucede con las historias de humor: ahí voy juntando chistes hasta tener una cantidad suficiente como para sentarme a escribir.



-Siempre me quedó grabada una frase de Alejandro Dolina que dice que en lo malo está lo bueno. ¿Coincidís en que entrenarse es un poco eso: equivocarse para aprender?
-Sí, claro. Stephen King siempre aconseja escribir 10.000 palabras por día sin importar cómo salen. Porque en ese esfuerzo se suelta la mano y la idea buena aparece. Y es verdad eso. La idea buena está en algún lado pero el tema es que te encuentre escribiendo. Tiene razón Dolina en eso de que en lo malo está lo bueno. Hay que trabajar mucho en eso. Siempre existe una cuestión de suerte pero hay que tener trabajo hecho para poder aprovecharla. Y está bueno rescatar eso y que, por ejemplo, lo diga alguien como vos para que les llegue a los chicos.   

-Por tu exposición, como a veces nos sucede a nosotros, ocupás el rol de comunicador social. ¿Cómo te preparás para eso?
-No suelo ser directo para referirme a temas sociales pero no les escapo. Disfruto cuando logro inculcarle a alguien que no lee el placer por arrimarse a una historia. Me escribieron varias veces pibes diciéndome con asombro que se habían terminado un libro mío. Creo que la sensación de terminar un libro genera que ya no se piense que es tan complicado leer. Y eso por ahí lleva a que después se agarre otro libro. Y ahí es cuando siento satisfacción.  

-¿En quiénes pensás cuando escribís?
-Siempre lo tuve muy claro. Porque fue real. Cuando me fui a vivir a España, empecé a escribir para muy poca gente. Sobre todo, para no perder el contacto. Primero, escribía mails hasta que me di cuenta de que era medio invasivo para los demás. Y entonces me abrí un blog y les empecé a escribir a esas mismas personas desde ahí. El problema era que escribir para todos no era como escribirle a cada uno. Tenía que encontrar un lenguaje que todos pudieran entender: mi viejo, al que sólo le importaba Racing; y Chiri, un tipo lector y culto. ¿Cómo contarle la misma cosa a los dos sin que se aburrieran? Ellos dos fueron, son y serán mis dos lectores y en esa búsqueda anduve siempre.



-Hay tipos de escritores y hay tipos de jugadores. ¿Como escritor, qué tipo de jugador sos?
-Creo que sigo siendo arquero porque ese puesto tiene una cuota de magia. Cuando éramos chicos, yo atajaba un poco por mi físico y otro poco porque era bueno. Desde siempre, me puse las pilas para ser el mejor arquero. Posiblemente, la literatura sea como ir al arco: algo que uno elige cuando no le quedan tantas otras chances. Si fuera lindo, ni en pedo me ponía a escribir. Y entonces, como no me quedaba otra, traté de hacerlo bien.

-¿Sentís presión por seguir sacando libros?
-Ahora no. Ya nadie me apura. Cuando me empezó a pasar que las grandes editoriales me presionaban, abrí mi propio sello para poder sacar libros cuando quiero. Entre los 20 y los 30 años, sí tuve presión porque estaba en juego eso que yo había elegido ser. Una vez que más o menos vi que funcionaba, me tranquilicé.

-Los jugadores solemos tener representantes. ¿Los escritores también?
-En mi caso, no. Usé a internet como mi representante. Cuando me vinculé con el mundo comercial-industrial, no me sentí cómodo. Así que me refugié directamente en la comunidad de lectores. Tendría que usarlo si trabajara con una gran editorial porque precisaría que me defendiera de lo que me quieren robar los que me compran. El problema es que, al final de la noche, los que se van a cenar son el representante y los que te compran. Una vez los vi comiendo y decidí salir de ese circuito.



-Lamentablemente, vivimos momentos en los que la violencia de género es noticia cotidianamente. Hace un tiempo, te sumaste al #NiUnaMenos a través de tu carta #MeHagoCargo. ¿Por qué?
-Es que los femicidios son la punta del iceberg. Y creo que hay que mirar lo demás, mirar qué hay debajo. Un día me tuve que preguntar qué hacer con los cuentos que había escrito y que decían cosas que ya no están bien. Así que me puse a revisar y encontré muchas cosas que no tenían sentido. Y pensé en qué hacer con esos textos: ¿borrarlos o dejarlos y hacerme cargo? #MeHagoCargo es un camino para indagar sobre quién soy, sobre por qué escribí lo que escribí y sobre por qué a veces pienso como pienso. Obvio que estoy en contra de que mueran mujeres pero lo que me preocupa es qué puedo hacer para contribuir con esta pelea. Y me parece que lo primero que debo hacer es hacerme cargo de todo lo que escribí y empezar a entender lo que hasta ahora no entendí. Esto es una construcción histórica y todavía estamos todos en problemas con la cuestión metafórica. Nuestra obligación es ir sacando capas de la cebolla de a poco hasta que no quede nada de esta cultura troglodita.

-Los clubes nacieron en Argentina como espacios en los que la gente construía su vida con otra gente. Tu abuelo Pascual podría dar fe de esto. ¿Te parece que hoy sigue siendo importante que los clubes sean más que equipos de fútbol?
-Sí, pero no me gusta que sea forzado, como veo que ocurre a menudo en Europa. Pienso que las cosas tienen que darse con naturalidad: si nosotros estamos charlando acá es porque tenemos ganas. Si no, no sale bien.

-¿Pero te parecería correcto que los clubes armaran, por ejemplo, talleres literarios para sus socios?
-Es lo mejor que se podría hacer. Sería lindo que ocurriera y que pudiera venir gente que no fuera de Racing. Hasta llegar al punto de que invitáramos a Eduardo Sacheri, confeso hincha de Independiente, y que lo recibiéramos con los brazos abiertos. Es necesario que se empiecen a hacer esas cosas para que repliquen como ejemplo. Y más todavía en el fútbol, que tiene la ventaja de tener todo el tiempo el foco mediático encima.

-El 14 de diciembre de 2014, fuimos campeones en esta cancha. ¿Cómo lo viviste?
-Estaba afuera. Fue absolutamente increíble. Lo vi en mi casa de Barcelona. Mi viejo ya no estaba y, en algún lugar, me sentí solo. Pensé en él y también en mi abuelo Salvador, con quien anduve muchas veces por acá. Siempre supe que iba a ver campeón a Racing pero, después de 2001, me convencí de que no se iba a dar de nuevo. Así que no lo podía creer. Por eso escribí “Bienvenido al club”, el texto que habla de mi ingreso en el club de los que vieron campeón a Racing al menos dos veces.
 

A esta altura, hablan como si se conocieran de toda la vida. No hace falta ser un genio para advertir que ya juegan de memoria. Con un simple gesto, los dos dan por terminada la charla. Pero un testigo pide la palabra. Y se la dan. “¿No te sentís raro con esto de que te admire un jugador al que alentás todos los partidos?

Aued sonríe. Casciari, también. Y no hace falta agregar nada más. 

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