El Club

Sean eternos los campeones

Sábado 04 de Noviembre de 2017
Racing reunió en una producción especial a varias de las glorias del 67 para una tarde, al cumplirse 50 años de la obtención del título del mundo. Pizzuti, Cárdenas, Maschio, Martín, Rulli, Díaz, Parenti y Spilinga se reencontraron en la cancha para revivir la hazaña medio siglo después en el lugar más representativo para el Equipo de José: El Cilindro de Avellaneda.
Sean eternos los campeones
Parece que el tiempo no hubiese pasado para ellos. Por momentos su realidad se asemeja a la de esa eterna fotografía que los muestra gallardos y en pose casi heroica, luego de haber conseguido con su propio sacrificio nada más ni nada menos que el logro deportivo más importante en la historia del club. Son 114 años contenidos en un flash. Toda una existencia que se reduce a ver volar ese zurdazo mágico e inatajable; que se limita en observar ese festejo desaforado cerca del córner, contra todo y contra todos; que se traduce en sentir como propio ese grito salido del corazón en el vestuario y que los señala como los mejores de todos. Se trata de la inmortalidad misma contendida en una cápsula del tiempo blanca y celeste, que se encarga de transportarlos una y otra vez a esa tarde uruguaya del 4 de noviembre del 67, ante un estadio y un país que se rindieron a sus pies sin más para ofrecer que un sentido y generoso aplauso. Fueron nuestros Campeones del Mundo.

Pero el tiempo pasó para todos ellos. La gloria trajo consigo el indefectible paso de los días y de los años. Y si bien la eternidad mantiene siempre entre sus anales un lugar para los más grandes, aún no ha conseguido hacerle frente a las arrugas y a las canas. Como una paradoja que se rehusa a ser comprendida incluso por los que más saben, aquellos a los que la eternidad racinguista ya cobija dentro de las páginas más preciadas de su historia, son justamente los que hoy ven cada vez más lejos en el almanaque la fecha más importante en la historia de Racing. Pero cada vez que vuelven a cerrar los ojos y a pensar en el Estadio Centenario, se encuentran de nuevo ahí. Están otra vez ahí. De nuevo sienten esa camiseta adherida a la piel, ese escudo en el pecho y la oportunidad de dejar una huella que los trascienda por encima de cualquier otra cosa. Juegan el partido de nuevo; en sus cabezas y en sus corazones. Y como siempre desde aquel mágico momento, lo vuelven a ganar. Son nuestros Campeones del Mundo.                                             

Y como hay lugares que también son eternos, en esta oportunidad las puertas del Cilindro se vuelven a abrir una vez más para ellos. El Estadio Presidente Perón cobija de nuevo a sus héroes. Los saluda. Y los invita a caminar de nuevo por ese verde césped que tantas veces hicieron suyo a fuerza de gambetas, goles, quites y salvadas inolvidables. Y de repente el tiempo parece confluir en una gran explosión en la que el presente y el pasado se fusionan para formar un momento único.                                  

El Bocha Maschio anda con alguna molestia en su rodilla, pero aún mantiene inalterable en la cancha esa estampa del crack que lo hizo todo. A Martín, el inoxidable capitán, el nervio ciático lo tiene a maltraer, pero le hace frente a cualquier dolor para caminar por el costado de la línea de cal mientras mira hacia el cielo. Y por ahí atrás anda Rulli, que recuerda hazañas pasadas junto a alegrías presentes, con la misma entereza con que se encargaba de manejar los hilos del mediocampo en el equipo. Parentti junto a Spilinga tampoco se quedan atrás en eso de rememorar las épocas felices, mientras se ríen cómplices al retrotraerse a esas anécdotas que sólo ellos conocen al pie de la letra. El Panadero Díaz se agacha y toca el pasto mientras su nieta lo agarra de la otra mano y el resto de su familia lo observa con una sentida emoción. Mientras que el Chango Cárdenas se pasea por el centro del campo como cuando tenía veinte años; y aunque ahora tenga varias décadas más encima y a veces se canse un poquito mientras se mueve, su furibundo remate se sigue escapando una y otra vez del alcance de Fallon. Y detrás de todos aparece la figura inalterable del gran Pizzuti, que cobija al resto de los presentes al ritmo de su cansina y silenciosa caminata, antes de observar una vez más a sus muchachos en el campo de juego y decir que no imagina un mejor lugar en el cual estar.                                                                                                                                                                   
Todos le dieron a Racing la chance de quedar entre los más grandes. Y el club los volvió a juntar, 50 años después, para que ellos mismos pudieran rememorar esa gesta sin precedentes en su momento para el fútbol argentino. Y a la tarde no le faltó nada. Ni los abrazos interminables entre los que hace mucho que no se veían, ni el recuerdo sentido por aquellos que ya no están, pero que con su invalorable aporte a la conquista del mundo se ganaron su lugar inmortal en la historia racinguista. También hubo lugar para las bromas cómplices a la hora de referirse a la edad actual de cada uno, junto a las risueñas respuestas que los mostraron más cerca de la juventud que de la lograda madurez. Pero de repente llega el momento y posan para la cámara una vez más. Inalterables, inoxidables, inigualables. Con una pose de triunfo que trasciende el tiempo y la Copa Intercontinental a sus pies. No quedan dudas: parece que el tiempo no hubiese pasado para ninguno de ellos.

Fotos: Paola Lara.