El Club

Un minuto, una vida

Miércoles 23 de Mayo de 2018
Desde un rincón del impactante Estadio Mineirao, los hinchas de Racing demostraron una vez más que hay identidades que no entienden de resultados. Del golpe inicial a la esperanza del empate. Antes, durante y después, el aliento. Y la promesa de estar en octavos de final.
Un minuto, una vida
Arriba de uno de los micros, escoltados por un arsenal de policías organizados como para enfrentar a un batallón de invasores, alguien nombra a Sergio Romero, repite la noticia que circula por las redes sociales y eso desata el debate. El Mundial está cada vez más cerca y Racing llega a la última cita de la fase de grupos de la Copa con una paz que no era una fija cuando se conocieron los rivales de turno. Por eso hay margen como para discutir sobre quién tiene que ser el arquero de la Selección. Unos y otros se sorprenden por el despliegue de la logística  de seguridad, que funciona de forma aceitada y desintegra de a poco los temores desatados por el regreso a una ciudad que, el 4 de mayo de 2016, en la revancha frente a Atlético Mineiro, había sido una pesadilla.

Al Mineirao se llega de a poco. Primero, hay que subir escaleras como si el plan fuera trepar un morro. Luego, caminar y caminar a la espera de las órdenes de los uniformados. De fondo, como si se acercara fin de año, explotan fuegos artificiales. La luz del gigante de cemento asoma por fin y, detrás, como un acto reflejo, estallan los flashes. Hay uno que no logra contener la emoción. “Le mandé un mensaje a mi papá diciéndole que estaba mirando el arco en el que Catalán hizo el gol que nos dio la Supercopa. Y me quebré”, le cuenta a un amigo con un hilo de voz entrecortado ingeniándoselas para gambetear el nudo que le aprieta la garganta. Mientras el equipo hace la entrada en calor, una trae pochoclos salados y otra asegura entre asombros que abajo venden arroz con pollo. Evidentemente, estar en un estadio mundialista, además de sentirse adentro de un escenario de ficción, tiene privilegios que cuesta ver en nuestras canchas.

El primer cuarto de hora parece una película de terror. Dos goles en 11 minutos y la convicción extendida de que la noche puede devenir en espanto. Los ojos se cruzan intentando encontrar una solución. A alguien se le ocurre: “Que le den todas las pelotas a Licha”. El capitán se retrasa más de lo habitual, toca y toca para que sus compañeros despierten y ofrece los primeros resplandores de la recuperación. Centurión la mete antes de los 30 y Racing se reencuentra con parte del estilo que lo trajo hasta acá. Las gargantas responden sin escatimar esfuerzos aunque sepan que es imposible jugarle de igual a igual a la multitud vestida de azul que, de a ratos, cuando Cruzeiro sale del ahogo, inunda el ambiente. Solari va mano a mano, el palo devuelve el tiro y el aire adquiere forma de lamento. De Arrascaeta también va mano a mano, Musso brilla como si fuera Iker Casillas en la final del Mundial 2010 y los creyentes sentencian que los rezos surtieron efecto.

El plan es empujar. Que los de adentro entiendan que no están solos. Y el mensaje llega. Porque la Academia va. A la expectativa sólo la moderan las agujas del reloj. No es momento de reflexiones pero los aplausos dejan de ser tímidos y se tornan protagonistas. El futuro nuevamente tiene sentido. La ilusión puede echarse a rodar. La palomita de Centurión atraganta el aluvión y cada centro a las manos del arquero le roba argumentos a una remontada que todavía demasiados palpan como muy posible. “Lo merecemos”, apuntan en un costado. “Si no hubiéramos entrado dormidos, lo ganábamos”, enfatizan en la otra punta del sector destinado al público visitante. Pero no alcanza. El rugido de los anfitriones es implacable cuando el pitazo final clausura la velada.

¿Clausura la velada? Los locales se van. Quedan algunos pocos rezagados. Y ahí, de la nada, sin motivo alguno, ante los celulares de algunos periodistas que observan atónitos lo increíble, se levanta el hit de Belo Horizonte. Arrancan en el centro de la tribuna. Se pliega el resto. En el epicentro, el pogo. Los buzos vuelan por el aire. Nadie quiere callarse. “Por un minuto en la tribuna doy todo lo que tengo…” es la frase que retumba en un Mineirao ya desierto que regala la mejor de las acústicas. El tiempo pasa, pero a nadie le importa. Más bien, nadie quiere que pase el tiempo. Si la existencia es eso que transcurre mientras la identidad se hace canción. Lo demás es puro verso. Por eso Racing está de pie más allá de cualquier resultado. Y su gente lo sabe.