El Club

Escenas de una victoria marplatense

Domingo 20 de Enero de 2019
Noche de sábado. Primer triunfo del año para la Academia. Una esquina con toda la magia. Una pasión sin fronteras. Y la esperanza de estar la semana que viene en el mismo lugar.
Escenas de una victoria marplatense
El atardecer es una belleza pero a ellas no les importa demasiado. El sol se va escondiendo de a poco detrás de la platea cubierta del Estadio José María Minella pero a ellas no les importa demasiado. Suena cumbia. Cumbia de Racing que sale a pura potencia del baúl de un auto. Son cuatro. Marplatenses, amigas y de la Academia. Invitan a quien quiera a sumarse a su fiesta improvisada en la esquina de Juan B. Justo y Dorrego. La gente se arrima botella en mano a medida que transcurren los minutos. Un perro con olor a pescado podrido hace que nadie pueda olvidarse lo cerca que está el mar. De fondo asoma la fachada de un local que vende comidas rápidas. El nombre se graba porque le sobra ingenio popular para volverse indeleble: “El sochori de dorapa”.

Ariel es salteño pero vive en Neuquén porque el empleo lo depositó en la otra punta del país. Ninguna geografía le hace perder de vista el nudo de su identidad: en el este y el oeste, en el norte y en el sur, él es de Racing. Ronda los treinta y todos los veranos aprovecha sus vacaciones en Mar del Plata para alentar a la camiseta que su papá, salteño también, le enseñó a querer. “Mi viejo se hizo de Racing por Perón”, apunta al momento de desentrañar el origen de esta porción de su historia. Se vuelve el domingo para la Patagonia y espera poder visitar el Cilindro cuando el campeonato ingrese en la recta final. Lo acompaña un arquero de 14 años que forma parte del linaje familiar. Está cerca de que lo fichen en el Predio Tita Mattiussi y se le iluminan los ojos ante la posibilidad de que le calcen los guantes celestes y blancos. ¿Quién iba a decir que el intenso vínculo entre el primer peronismo y la Academia –consolidado sobre todo a través de la figura de Ramón Cereijo, ministro de Hacienda entre 1946 y 1952-  iba a llegar tan lejos?

Fines de la década del cincuenta. Antonio era joven todavía cuando Humberto Maschio y Antonio Angelillo la rompieron en una gira que Racing realizó por Chile. No sabía que en 1960 se iba a mudar a la ciudad balnearia más importante de la Argentina. Tampoco que el azar lo iba a poner a trabajar en la construcción de la tribuna en la que está parado, boina y campera de por medio, junto a uno de sus hijos. Y, menos que menos, que la Academia se le iba a tatuar en el corazón para siempre. “Hincho por Centurión. Me encanta cómo juega”, sentencia en el entretiempo de un partido en el que el equipo de Eduardo Coudet ratifica su condición de candidato. Tiene 76 y ya no le resulta sencillo estar parado durante tantas horas. Pero no duda ante la pregunta porque la ilusión crece al compás de la jerarquía de Marcelo Díaz: “Seguro que, si hay público visitante, voy a estar contra Aldosivi”.

Con la victoria consumada, caminan de regreso por la calle Américo Raúl Canosa. El más chiquito de los dos va colgado de los hombros de su papá y analiza el encuentro a su manera: “No jugaste vos hoy”. A la mamá, que avanza envuelta en una bandera y lleva de la mano al más grande, se le dibuja una mueca. Con la misma dinámica de afecto, otro diálogo se produce unos metros más adelante. “Cómo nos salvamos en la única que tuvieron ellos, viejo. En una de esas, es una señal”, suelta Juan sin lograr contener del todo la esperanza. La respuesta sólo pretende ponerle algo de prudencia al entusiasmo que se palpa en los rostros de quienes sueñan con Racing campeón: “En una de esas, hijo. Pero no hay que apurarse. Lo importante es lo que pase el sábado que viene. Y ojalá nos dejen estar acá para vivirlo de cerca”.