El Club

El amor cerca del mar

Sábado 26 de Enero de 2019
Racing pintó Mar del Plata de celeste y blanco. Un sábado inolvidable en el que 15.000 almas empujaron para que la Academia se quedara con la victoria. Imposible no soñar si la pasión derriba barreras.
El amor cerca del mar
¿Cuánta? En serio. Saquen la cuenta. ¿Cuánta? ¿Cuánta ilusión cabe en una tribuna? ¿Cuánta ilusión entra en el corazón de una multitud que barre con todas las trabas que implica trasladarse kilómetros y kilómetros para ver un partido de fútbol? ¿Cuánta ilusión quepa en las camisetas que flamean en la noche marplatense frente a la certeza de que, tras 90 minutos de sufrimiento, la punta sigue siendo sólo de Racing? ¿Será la ilusión de ser campeón? ¿Será la ilusión de ser con otros? ¿Será la ilusión de ser? Nicolás prefiere no hacerse tantas preguntas. Ya habrá tiempo para eso. Mejor es compartir la sonrisa ancha y aliviada con un hermano al que la distancia impide ver tan seguido como quisiera. “Por ahí es porque me desacostumbré a ir a la tribuna de visitante pero la verdad es que estoy liquidado”, apunta antes de acelerar por Américo Raúl Canosa para encontrar un bar en el que terminar de festejar su cumpleaños.

-¿Cuánto falta?
-Tranquilo, hijo. Son las 12 del mediodía recién.

Nicolás está en viaje por la Ruta 2 cuando Juan, con el mar de fondo, le pregunta a su papá cuánto falta para las 21.30. Playa Varese se llama así, según cuentan los expertos, porque la familia Varese era dueña del Hotel Centenario, construido a principios del siglo pasado en la ladera de la loma que mira a la costa. Si se observa la bahía desde arriba, cuesta reconocerlo a Juan y cuesta reconocer la arena. Además del agua, lo que se ve es un collage celeste y blanco que incluye camisetas, gorras, toallas, mallas, camperas, pantalones y banderas. A esta altura una costumbre, miles y miles se reúnen ahí a la espera de que llegue el momento de partir hacia el Estadio José María Minella. El sol no acompaña como en las mejores tardes estivales pero igual las olas se las arreglan para detenerse cada tanto a escuchar al inmenso coro académico.

Todavía se necesita paciencia para que el desahogo conocido como Cvitanich desate una tempestad en el sector norte de la cancha. Atrás va quedando el mítico parador “El sochori de dorapa”. Ingresar es una carrera de obstáculos aunque se tenga la entrada en la mano. En apenas 300 metros, cinco controles: uno pide el documento; dos, el ticket; y otros dos, revisan supuestamente que nadie porte elementos peligrosos. La gente llega temprano porque no hay nada más importante que buscarse un buen sitio para ver a Lisandro López. Un policía pide que suban todas y todos a la vereda e inmediatamente exige que no haya amontonamientos. Las agujas amagan con frenarse y la ansiedad se acumula en los escalones de cemento que colapsan bastante antes de que Germán Delfino pite el arranque. Con fuegos artificiales de fondo, el puntero está en la cancha. La escena impacta. Los globos vuelan. No hay inflación que lastime. No hay modo de que, al menos en ese instante, el aire no sea una fiesta. 

Solari corre hacia la red sin oposición. Algunos se miran incrédulos y explotan. Gol es gol. Pero la calma no aparece. Aldosivi logra sumergir en un vendaval de nervios a 15.000 personas. Encima Chávez empata. Encima Defensa y Justicia y Atlético Tucumán ganaron. Encima es el entretiempo. Cada cual se sienta cómo y dónde puede. Los diálogos se suceden. Abundan las recetas para sortear la encrucijada: que Pol Fernández por acá, que Cvitanich por allá. Lo que sucede es que el árbitro sanciona penal y Licha sacude los brazos para espantar al temor. No hay manera. Ellos vienen y la tensión aumenta. Cuatro de descuento. Arias atesora la pelota clave. ¿Relajarse? Imposible. “Tenés que salir campeón, éste es el año”, esa plegaria que ya cumplió 18 años, se impone como atajo hacia el paraíso. Pero, claro, como sabe Nicolás, que no puede parar de compartir la sonrisa ancha y aliviada con su hermano, todavía restan nueve escalones para asaltar el paraíso.

-¿Cuánto falta, papá?
-¿Para qué, Juan?
-Para que llegue el domingo.

En serio. ¿Cuánta? Saquen la cuenta. ¿Cuánta ilusión cabe en la palabra Racing?