El Club

San Pablo, donde juega la Academia

Jueves 14 de Febrero de 2019
Una ciudad que apabulla por su ritmo y por su gente. Ahí, en la metrópoli más poblada del continente, hará su debut Racing por la Conmebol Sudamericana. 
Nadie en el Kinyo Yamato está al tanto de que Eduardo Coudet decidió preservar a la mayoría de los titulares para el partido del lunes con Godoy Cruz. En esa porción del mercado municipal de San Pablo manda la comunidad japonesa y ese mandar no se ve reflejado en ninguna clase de comportamiento patotero. Reinan las conversaciones en voz baja y abundan las frutas y las verduras con rasgos nipones. Al lado de una señora entrada en años que enfoca la nada sentada en una silla, ofrecen berenjenas japonesas sin que haya demasiada explicación sobre cuál es la particularidad de la berenjena japonesa. Todo eso sucede muy cerca del centro histórico de la urbe más poblada de América Latina. Según las estadísticas, en la región metropolitana habitan más de 21 millones de personas. Imposible que, a mediados del siglo XVI, Manuel da Nóbrega y José de Anchieta, los padres jesuitas a los que se les adjudica la fundación de la ciudad, imaginaran que el rústico colegio que habían plantado se transformaría en el principal motor productivo y financiero de la sexta economía del planeta.

Diego Alejandro es oriundo de Padua pero se radicó en San Pablo hace algunos años. Acredita su ya extensa estadía con un rudimentario portuñol que le permite sin mayores dificultades sentarse en un bar y pedir una cerveza. Camina sin apuro en los alrededores de la estación Júlio Prestes y, aunque transita cotidianamente por ahí, no deja de sorprenderse por la impactante cantidad de gente que duerme en la calle. En un puesto de diarios, la portada de Lance! emerge como para que cualquier transeúnte la registre de pasada: Fábio Carille, el técnico del Corinthians, luce preocupado. ¿Será que lo perturba la capacidad goleadora de Darío Cvitanich? Quienes se retuercen tirados contra la vereda sin más protección que alguna sábana sucia no están preocupados por el tema. Probablemente sea porque, cuando hay hambre, el fútbol se vuelve un tema secundario. 

La Corona Portuguesa mandó a construir el Jardim da Luz para su propio disfrute. Se inauguró en 1789 y es el espacio verde más antiguo de la ciudad. En una geografía a la que el mar le queda lejos –algo más de 100 kilómetros- y a la que la polución invade constantemente, los parques funcionan como un respirador artificial e interrumpen, al menos por un instante, el ritmo infernal con el que se mueven los negocios. Tan cierto es que las esquinas están copadas por barcitos que venden “lanches e refeições” como que el comercio informal parece de a ratos una plaga. El precio de las camisetas oscila entre los 25 y los 50 reales y hay una del Corinthians, con el nombre de Ayrton Senna estampado en el pecho, que da la sensación de estar en todas partes. 

En la esquina de João Mendes y 7 de setembro, a pocas cuadras de Praça da Sé, a considerable distancia de la Avenida Paulista, que es donde el dinero se acumula a una velocidad frenética, un restaurante acompaña el almuerzo de los empleados administrativos con televisores que obviamente muestran imágenes de fútbol. Con una particularidad: Palmeiras presentó su equipo de mujeres y las cámaras se van detrás de una de sus delanteras. En Brasil, en Argentina y en muchísimos rincones del mundo, va quedando cada vez más claro que la pelota no tiene dueños. Sí es probable que, a partir del talento de Matías Zaracho, Racing intente manejar los hilos en el Arena Corinthians para tratar de ganar en tierras brasileras después de más de 20 años. Pero esa es una historia diferente, ligada a los misterios que regala el juego y no a la desigualdad que produce el patriarcado. 

San Pablo, inmensa y compleja como las grandes aglomeraciones de este continente, vuelve a cruzarse con la ilusión celeste y blanca. Quizás, en una de esas, hasta en el Konyo Yamato, donde el protagonismo les pertenece a las berenjenas japonesas, se enteren de lo que es capaz el equipo de Coudet.