El Club

“Mis mejores recuerdos son los momentos que viví acá”

Viernes 18 de Julio de 2014
Particularidad poco frecuente la de la Academia: una peluquería funciona al lado del vestuario local y atiende a quien quiera hacerse un corte con estilo racinguista. El sitio oficial se sentó con Daniel Bazán, el peluquero, para contar una historia de esas que no abundan.
“Mis mejores recuerdos son los momentos que viví acá”
¿Qué? No te creo. Pero es así. No te voy a mentir. ¿Me estás hablando en serio? Por supuesto. Suena raro pero es tal cual te lo estoy contando. En el estadio. ¿Debajo de la tribuna nuestra? Sí, sí. Pegado al vestuario del equipo. ¿Una peluquería? ¿Dónde se vio eso? Tendrás que prestar más atención la próxima vez que vayas. Pero te aseguro que está ahí. ¿Y cómo es? Nunca la vi. Una puertita, como si entraras a una habitación cualquiera. Una ventana con rejas y un cartel, con letras celestes, con fondo blanco, que hace que te des cuenta de qué es lo que funciona ahí adentro. ¿Y cuántos clubes en el mundo tienen algo así? No sé, pero pocos. Muy pocos. Antes era común pero ahora ya no. Y eso no es todo: lo mejor es la decoración. ¿Cómo la decoración? Sí, no sabés lo que es. Fotos, botines, guantes, figuritas, recortes de diarios. Todo de Racing, como debe ser. ¿De verdad? Nunca me imaginé algo así. Sí, tenés que ir a verla. No podés seguir sin conocer la peluquería de Daniel Bazán. ¿Y ese quién es? El peluquero. Una pieza del rompecabezas cotidiano de la Academia, un tipo que vivió una y mil experiencias racinguistas, un emblema que es un poco peluquero, un poco psicólogo, un poco amigo, un poco compañero. Lo quiero conocer. Vení, seguí leyendo que te lo presento. 

Una tarde cualquiera, en medio de la pretemporada, con el Cilindro casi desierto, entre cliente y cliente, Bazán deja lo que está haciendo y recibe al sitio oficial para contarles a los que no lo conocen quién es y qué es ese mítico lugar en el que trabaja. Uno entra y se topa con Racing. Y con Racing. Y con más Racing. Recuerdos, personajes y anécdotas pueblan el aroma que se respira en un ambiente chiquito y cálido en el que todos los que caminan el estadio a diario encuentran un respiro. No hace falta ser adivino para advertirlo. Alcanza con tomar nota de la cantidad de saludos que tienen como destinatario a ese hombre menudo, de bigote recortado prolijamente, que se encarga de devolverle siempre una sonrisa al que pasa por la entrada de lo que él denomina “su templo”. Sentado en un sillón celeste que ya ingresó en la categoría de reliquia, con una estufa que combate el viento que penetra por una puerta que solamente se cierra cuando el señor de las tijeras se marcha, el protagonista del relato contesta repleto de calmas y reflexiona como si cada palabra justificara la existencia. Y de eso se trata. De hablar un poco de la vida.

-Supongo que lo sabrás pero que haya una peluquería en una cancha es una rareza absoluta. ¿Cómo se dio?

-Acá llegué de casualidad porque antes estaba en la sede. Y a la sede también había llegado medio de casualidad. Así que hay mucho de azar en esto de estar justo debajo de la tribuna local y justo pegado al vestuario local. 

-Explicanos entonces la serie de casualidades que te depositaron acá.

-La cosa es que yo soy de Balcarce, que me vine a vivir a Buenos Aires en 1988, que me instalé por Avellaneda y que un día me acerqué a la sede para ver las copas. Cuando vine, me atendió el portero y me dijo que no podía pasar porque había reunión de Comisión Directiva. Me estaba por ir pero apareció un tipo que había escuchado la conversación y que me invitó a subir con él, que tenía que terminar un trámite, al segundo piso. Después de ver las copas, me hizo subir al tercer piso y me quedé encandilado con el cuadro de Quinquela Martín que estaba en el salón. No podía creer estar viendo un cuadro tan grande y tan bonito.

-Pero de ahí a la peluquería hay un paso. ¿Cómo siguió la historia?

-Cuando estábamos bajando por el ascensor, el tipo, que resultó siendo el intendente de la sede, me preguntó qué pensaba hacer en Buenos Aires. Yo había venido para tratar de vivir de la música y le contesté eso. ¿Sabés que me dijo? “Te vas a morir de hambre con eso, pibe. ¿Qué otra cosa hacés?”. Me impactó la frase pero alcancé a responderle que en Balcarce era peluquero. Y ahí, de la nada, me contó que en la sede había una peluquería que nadie atendía y me preguntó si quería ser el peluquero de Racing. Enseguida pensé que me estaba tomando el pelo pero no era así porque me avisó que volviera la semana que viene para ver si arreglaba la situación.  

-¿Y volviste, o no?

-Por supuesto. Volví y me dijo que sí, que estaba todo listo. Ya tenía el lugarcito destinado para mí y tuve que empezar a armarlo. No tenía nada y tuve que improvisar para arreglarme. Los sillones de la vieja peluquería no estaban porque los habían vendido para comprar jabón en polvo. Así que conseguí un espejo y el gerente me prestó una de las sillas de su oficina. De entrada no fue fácil porque el boca a boca tardó varios meses. Y, como tenía que darle de comer a mi familia, me busqué un trabajo en un supermercado de la zona. Recién lo dejé cuando la peluquería funcionaba mejor.

-Estuviste bastante tiempo en la sede. ¿Cómo se dio tu llegada al estadio?

-Cuando Maradona era el técnico, Racing acordó con una empresa la remodelación de la sede. Como no quería ser estorbo de nadie, puse las llaves del lugar a disposición del presidente y las autoridades me avisaron enseguida que, mientras que yo quisiera seguir, podía quedarme. Eso sí, como había que refaccionar el lugar, me ofrecieron pasar al estadio. Al principio no me gustó la idea porque mis clientes me decían que era muy lejos. Pero cuando llegué, como buen hombre de campo que soy, me impactó el verde y me quedé.

-¿Y este lugar al lado del vestuario estaba vacío?

-Sí, increíblemente sí. Pero yo no sabía. Caminé bastante por todo el estadio, hablé con distinta gente, me senté en la confitería. Había un lugarcito en el tenis pero no me convencía. Y, de la nada, me saludó el que era por aquel entonces el utilero del plantel, me preguntó qué estaba haciendo ahí y me dijo que tenía el sitio ideal para mí. En cuanto lo vi, aunque estaba un poco sucio, me encantó y me quedé para siempre. 

-¿Cómo fue que se te ocurrió llenar la peluquería de fotos y de recuerdos?

-Es raro. Siempre fui muy despojado de esa clase de cosas. Pero un fotógrafo me sugirió que lo hiciera por mis nietos y mis bisnietos, para que a ellos les quedara esto en la memoria. Y ahí hice un click y arranqué a sacarme fotos con la gente que venía. Muchos jugadores me regalaron camisetas, medias u otras cosas. Yo nunca les pedí nada pero les agradezco y guardo todo en el baúl de los recuerdos de mi vida. Pero, igual, los mejores recuerdos son los momentos que viví acá, con jugadores y con empleados a los que durante años no les cobré los cortes de pelo. 

-¿Qué significa hoy Racing para vos?

-Es mi templo. En Racing, yo analizo mi presente, mi pasado y mi futuro. En Racing, yo escribo y compongo mis canciones. Aunque yo podría vivir de mi canto quizás, uno se aferra a los espacios y este espacio habla, aunque sea en silencio. Cuando yo me sienta mal, no vengo más porque no tengo otro lazo que mi afecto por el club. Pero mi amor por Racing es grande. 

-¿Cómo te gustaría que se te recordara con los años?

-Me alcanza con que se diga que mi paso no fue jamás egoísta. Yo hablé, a lo largo de este tiempo, con muchos jugadores y juntos nos transmitimos experiencias de vida. Siempre intenté dar consejos con buena intención para ayudar a los demás. Pero, que quede claro, yo soy el que más se enriqueció con todo lo que aprendí acá adentro. Y eso es algo que no me va a quitar nadie. 

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