Efemérides

Un recuerdo a viva voz

Martes 02 de Junio de 2020
Enrique Canosa hizo de todo en el club, aunque entró en su historia por haber sido durante casi tres décadas el responsable de la utilería. Conocido por todo el mundo académico simplemente como "El Mudo”, estampó su sello en la historia del club desde un trabajo muchas veces desapercibido, pero totalmente indispensable. Hoy se cumple un nuevo aniversario de su partida física y desde la institución se enaltece su recuerdo con el afecto sincero hacia la memoria de quien dedicó su vida entera al servicio de Racing.
Un recuerdo a viva voz
Cuenta la leyenda que se generó alrededor de su figura que en los años en los que La Academia ya era conocida mundialmente, a mitad del siglo pasado, cierto día un directivo de un club inglés preguntó por él tras haber visto su trabajo, con la idea de contratarlo y llevárselo al viejo continente. Ese mismo mito también afirma que ante la consulta del representante europeo a su persona, Enrique Canosa fue tajante con la respuesta y se negó. Nadie puede dar real testimonio de como lo expresó, pero lo cierto es que de alguna forma se hizo entender para declinar una oferta de tal calibre. Y es que Canosa no podía hablar. Nunca pudo hacerlo de manera clara, debido a que era sordomudo. Pero no lo necesitaba. Desde chiquito aprendió a hacerse entender mediante las señas que expresaba con su cuerpo como aliado y a la sencillez que entregaba tanto desde sus acciones como desde el corazón. El Mudo, tal y como lo conocieron propios y extraños dentro y fuera de las fronteras del barrio, le entregó más de cuatro décadas de trabajo incesante a Racing y llegó a ser bautizado en un momento de su carrera como el “Rey de los Utileros”, nada más ni nada menos. Hoy se cumplen 61 años de su muerte y desde el club se lo homenajea con la simpleza y la fuerza de la palabra que sirve también como muestra del gesto que recibió a lo largo de su vida: Gracias.

En estos tiempos en los que se destacan distintos aspectos dentro del fútbol híper profesionalizado, bien vale destacar un rol que se mantuvo casi inalterable hasta el día de hoy: el del utilero. Ese personaje longevo dentro de la vida de un club y en especial, en el día a día de un vestuario. Oficia de guardián de las camisetas, las pelotas y los botines que usan los jugadores, pero suele ser mucho más que esto. Es también custodio de cientos de momentos, de personajes y de historias eternas. A la luz y a la sombra, pero con una luz que se mantiene viva durante la cotidianeidad del tiempo, siempre se encuentra en un costado de los vestidores. Y en Racing estuvo el rey.

Enrique Canosa nació el 23 de septiembre de 1893 en Barracas al Sud, muy cerca de donde años más tarde se fundaría el club de sus amores. Por eso no resultó para nada raro el hecho de que le dedicara su vida. A pesar de ser sordomudo y de un terrible accidente que sufrió de joven trabajando en un aserradero, que le ocasionó la pérdida de una mano, Canosa tuvo un recorrido en la institución que pocos lograron igualar a lo largo de la historia: fue jugador, entrenador, masajista y, durante más de 30 años, utilero de la Primera División y de otras categorías que lo necesitaron. En aquellos tiempos el responsable de la utilería no sólo se encargaba de la distribución de la indumentaria del plantel profesional, sino que era un todoterreno. Por eso debía hacer desde reparaciones en los balones, que en un principio eran de tiento, hasta el arreglo general de los botines luego de cada juego. Y en esto el académico se destacó de tal modo que con el paso del tiempo pasó a convertirse en todo un referente dentro de la actividad. 

Pero antes de compartir miles de momentos dorados juntos a los jugadores puertas adentro de un vestuario como el mandamás de ese lugar, Canosa integró durante varios años un lugar de privilegio como parte central de un grupo de trabajo vital para todos los hombres que lucían con orgullo la casaca blanca y celeste. En 1913 cumplió el sueño de llegar a su Racing y hasta finales de 1919 fue primero entrenador y luego masajista, en los tiempos de la hazaña irrepetible del heptacampeonato. Tras irse por un breve periodo, regresó en el 21 para mostrar la faceta que había anhelado poder cumplir durante toda su vida: ser jugador del club. Gracias a la experiencia previa que había tenido vistiendo los colores de Riachuelo como half izquierdo, logró luego alternar sus presencias en el equipo de Reserva académico. Y en 1924 pudo alcanzar ese momento soñado que le significó integrar el equipo de Primera en un partido oficial, en el marco de un amistoso que se jugó en Tucumán y en el que Racing se impuso por 1 a 0, gracias al gol de un tal Alberto Marcovecchio. Todo el detalle se encuentra registrado con lujo de detalle en la Memoria y Balance del año, que se conserva en el Archivo Histórico del club.  

Tras ese paso fugaz pero intenso como futbolista, El Mudo volvió a su rol de entrenador durante un breve periodo, para luego hacerse cargo finalmente de la utilería principal del club en 1925. Durante años fue el encargado perpetuo de arreglar los botines y de tener a punto todo lo necesario para Racing antes de cada domingo de competencia. Cuando llegaba el momento del partido, cuentan fuentes de la época, Canosa miraba el campo de juego y sabía con precisión que zapatos tenía que darle a cada uno de los futbolistas. Tal era su nivel de conocimiento y de experiencia al respecto, que fue definido por colegas como el mejor utilero de su época. "Prácticamente no hablaba. Yo no lo escuché nunca. Empecé a ser alcanzapelotas en el 54 y unos años más tarde él falleció. Y tenía contacto con su persona, aunque era rápido: me daba la ropa y los botines, que luego le devolvía tras los juegos. Yo era muy pibe, pero lo recuerdo y varias veces lo crucé por el club", comenta al respecto Lito Trabes, histórico periodista e investigador, sobre ese tipo que siempre estaba dando vueltas por Racing haciendo lo que tenía que hacer. Y si bien nunca se quiso ir del club, conoció el mundo gracias a él, ya que viajó a Europa y a varios países de Latinoamérica como parte de distintas delegaciones Racinguistas. Por eso no resulta raro encontrar su nombre estampado en otra Memoria y Balance, en este caso la de 1947, en la que además de mostrarlo dentro de la nómina oficial del grupo, se le agradece por su continua labor. “La sub-comisión deja expresa constancia de su reconocimiento hacia los señores delegados, sub-delegados y sus colaboradores inmediatos (…). Agregando también nuestro reconocimiento para el señor Enrique Canosa y el personal de la cancha”, se lee en la página 47 del histórico registro institucional.   

La Revista Racing lo mencionó muchas veces con el paso de los años para dar a conocer su incansable labor, a pesar de que él solía escapar de las fotografías y de las notas. Pero así y todo tuvo su aparición emblemática en el número 375 del 6 de septiembre de 1950. ¿El motivo? Ni más ni menos que una foto junto a César Mattiussi, el padre de Tita y canchero del club, y el Presidente de la Nación, Juan Domingo Perón, con motivo de la inauguración oficial del Cilindro. La nota de aquel momento detalla el pormenor de la instantánea: Carlos Paillot, máximo dirigente académico, le mostraba el estadio al primer mandatario del país y durante la recorrida le habló sobre los dos trabajadores más antiguos del lugar. Perón quiso saludarlos y además quiso un recuerdo junto a ellos. Invaluable.

El semanario académico por excelencia también le puso con el transcurrir del tiempo y de su figura el mote de “Rey de los utileros” y cuenta también que el Mudo tuvo a dos grandes amigos adentro del vestuario más allá del paso de las décadas: Antonio De Mare, jugador y director técnico de las divisiones juveniles, y José María “Ruso” González, que siempre que podía dejaba su lugar habitual de acción y pasaba a visitar esa utilería que fue de Canosa por más de tres décadas, hasta que su jubilación a principios de 1959, en la que le cedió su icónico puesto a Chilo Bolchini. De esta manera traspasó la posta Racinguista con sapiencia, ya que a mitad de ese mismo año, el 2 de junio, falleció a la edad de 66 en el Hospital Rawson. De esta manera se fue un incansable trabajador del club, que le dio todo de sí a lo largo de 41 años. Un motivo más que suficiente como para que su memoria permanezca vigente. 

Quizás nunca fue necesario que dijera una palabra. Lo que hizo a lo largo de su vida habló por sí solo e hizo que los demás tuvieran mucho para decir sobre él. Y más allá de las múltiples demostraciones de cariño que recibió en vida y de las que se siguió nutriendo su recuerdo tras su partida física, para muestra sobre quien fue Canosa sólo basta con recurrir a la palabra de aquellos que lo conocieron bien. De esos que no necesitaron escucharlo para entenderlo u oírlo para quererlo. En el número extraordinario de la Revista Racing editado en el 59, el ex jugador Alejandro Yebra realizaba una semblanza que resume la figura del Mudo Canosa: “Por más de 40 años perteneció al Racing. Era el utilero oficial. Y además irremplazable. Y acaso insuperado. Fiel custodio de cuanto tuviera que ver con las cosas del club resultaba a veces un poco “pesado” en su insistencia porque se hicieran las cosas bien... Protestaba mucho. Pero nada más. Era fuego y agua. Rayo y brisa. Un temperamental y por lo tanto impulsivo. Detrás de esa cortina se cobijaba el bueno de Canosa. Era su defensa. Su única defensa, frente al quehacer ruidoso y bullanguero de la muchachada futbolera del Racing Club. Pero era también un ídolo, una gloria. Un motivo de orgullos para cuantos vistieron el tricot blanquiceleste”. Todo dicho. No hace falta agregar nada más.